Bierzo Satrapático

Bienvenidos al centro de divulgación del Ilustre y Único Colegio Independiente de 'Patafíscia Berciano

Revista literaria dedicada a la difusión de la literatura de carácter surrealista creada en el Bierzo y León, donde podrá encontrar textos y poesías, además de enlaces a páginas y blogs relacionados con ella... bueno, y más de una protesta.


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El Quinto Milagro (demostrado) de Genarín


cuadro de David Simón




El día nueve de Abril del dos mil siete la situación ya había comenzado a tomar tintes dramáticos. Aunque pudiera parecer que en realidad se trataba de una chorrada, dada la situación en la que me encontraba no era así. Llevaba matriculado desde julio en la autoescuela, tras años y años de objeción de conciencia en lo que a temas del motor se refería, y por unas causas u otras no había sido capaz a sacar el maldito carné de conducir, ya que mi falta total de pericia al volante unido a una serie de sucesos desafortunados durante los exámenes, a los cuales se les unían juicios excesivamente estrictos a la hora de evaluar mi dotes automovilísticas habían devorado mi moral llegando a hacerme pensar en lo imposible de lograr tamaña estupidez de título.
El teórico lo saqué a la primera sin demasiado esfuerzo, pero yo sabía que no estaba ahí mi bestia negra, que ya de aquella atisbaba yo al trasluz del CO2 excesivamente ennegrecido por la quema ingente de aceite. Los coches nunca me habían gustado, me parecían algo bastante útil cuando lo conducía otro eso sí, y disfrutaba sin fin de los viajes y viajes que realizaba sentado en el asiento de atrás recreándome cuando la fortuna así lo establecía con los magníficos paisajes que ante mis ojos pudieran aparecer. Aún así, debido a que mi Padre no se encontraba en condiciones de seguir conduciendo y a que tanto él como mi Madre estaban haciendo continuos viajes de Bembibre al hospital de Ponferrada, decidí gastar, entre juergas, substancias, bicicletas, equipo de montaña y viajes, algunos de los leuros que había ganado en la Francia como informático de fortuna en darle un gusto a los viejos, siempre con el carné de los… en la boca, y sacar ese amargo documento que al parecer tan felices hacía a cuantos lo poseían.
Me puse al tajo pues, siendo este objetivo mi único deber entre lo que se presentaba como un verano distendido, y como ya mencioné antes, lo del teórico fue limpio y rápido; pasé de todo con el coche sin embargo, no aventurándome a hacer las prácticas antes de tener el teórico, técnica utilizada por los jovenzuelos. Me repelía el coche, he de confesarlo, jamás había tocado uno hasta entonces, algo tenía semejante artefacto que no me gustaba, aunque no puedo dejar de volver a admitir su utilidad como elemento de transporte; quizá haya demasiados. Pin pan, pin pan, pasaba una fecha tras otra, pareciéndose mis días de verano cada vez más a aquellas maravillosas jornadas transcurridas en los pretéritos años del instituto o de la universidad, todo paz, todo armonía, todo deporte y descanso, farias, copas y amigas. Supongo que todo esto me distrajo un tanto, porque llegado septiembre aún no me había examinado de coche, aunque creo que también se le unió mi falta total de pericia al volante, a parte de los gritos que me daba el examinador, los cuales hacían exaltarse en mi fuentes inagotables de adrenalina, de modo que mis criadillas, fruto de la hinchazón, dificultaban en exceso mis acciones sobre los pedales del vehículo. Por fin llegó el primer examen, una extraña sensación recorría mi cuerpo, debían de ser nervios, y así lo creí corroborado cuando al ir a presionar el embrague para iniciar el examen, mi pie izquierdo comenzó a batir de manera autónoma antes de llegar al pedal, ya, ya, eso que comenzó a bajar por mi frente era la primera gota de una serie de ellas de sudor frío. Me salté un stop que jamás supe como había llegado hasta allí, hice dos ceda el paso al mismo tempo en direcciones opuestas encima de una línea continua, no me adapté al trafico (mi adaptación a medio siempre ha sido precaria), y no sé que otra cosa lié parecida que no gustó mucho entre los espectadores que llevaba en la parte de atrás. Está bien, suspenso, sin problema, me puse nervioso y la cagué, pasa a veces.
La segunda ocasión fue diferente. Yo ya había comenzado a trabajar en Madrid y había pedido un día para pasar de nuevo por la prueba fatídica. Coincidí con un colega de toda la vida, charlamos y la espera del autómata contratado por el estado para testar nuestra audacia con el coche se hizo amena. Comencé yo. Todo estaba yendo bien, nada de lo que en la otra ocasión identifiqué como nervios, sin problemas con los stops, ya colegas míos por aquel entonces, tampoco con cedas el paso, colegas de los otros, ni con las líneas continuas, cuando de pronto, bajando desde la universidad hacia el puente que no sé como se llama por una avenida estrecha de la cual nunca supe su nombre, delante del morro de mi Ibiza rojo apareció un camionazo aparcado con sus santos cojones en medio de mi carril. Yo, totalmente inexperto en esas lides, al parecer me arrimé demasiado al camión mientras esperaba para adelantarlo por el carril contrario, cosa nada fácil debido al trafico, motivo por el cual, el susodicho autómata creyó oportuno joderme la vida y suspenderme la segunda vez, renueve: suelte usted leuros, obligación a hacer nosecuantas prácticas, vuelva a soltar.
A mediados de Diciembre, debido a avatares del destino, escapé de Madrid echando humos hacía lugares mejor avenidos como León, donde oí hablar por primera vez del que a la postre fuera mi salvador en boca de uno de mis mejores amigos. Por aquel entonces la historia me interesó muchísimo y le dije a éste que me pasara el libro que me había mencionado de Julio Llamazares a cerca de San Genarín, pero ahí, justo ahí quedó la cosa. A mediados de Marzo, aprovechando un mes del que disponía antes de comenzar a trabajar en León, me dije: tronco, te has gastado mucho dinero en el puñetero carné de conducir, no existe la huida hacia atrás, solo hacia delante. De modo que me tapé los ojos y llené de regocijo a mis Padres cuando oyeron que volvía a enfrentarme al desafío. Entre tanto, toda mi fortuna ganada honestamente como mercenario de los ceros y unos entre nuestros incomprendidos franchutes se había desvanecido hasta alcanzar cifras más propias de cartilla de racionamiento, lo cual me desesperaba todavía más. Tras las prácticas a las que estaba obligado a hacer me presenté en el examen sin duda alguna a cerca de mi pericia al volante, a la cual se le añadía la convicción total de la obtención del aprobado. Arranqué sin problema, conduje como un experto un Golf de paquete que iba como la seda y ante mí se presentó la rotonda asesina de Ponferrada, una de tantas. Cedí el paso a uno, a otro, a otro, a otro, a otro, a otro, a otro, a otro, a otro, a otro… de nuevo, mis criadillas se desbordaban, pues todos los coches del Bierzo pasaban por allí en aquel momento; a otro, a otro, a otro, no dejaban de llegar, cuando de repente vi lo que en ese momento creí un espacio, levanté lentamente mi pie semidormido del embrague mientras presionaba el acelerador demasiado lentamente cuando una pedazo de cabrón que estaba esperando para incorporarse por mi izquierda se me echó encima a toda leche teniendo que frenar al verme a mi entrar en la rotonda, que me creía con el mismo derecho que él a hacerlo. El resto del examen fue bien, resultado: suspenso, falta grave por no ceder el paso en la rotonda. Me llevaban los demonios, el autómata para más inri se descojonaba de mí por segunda vez, el cual ni siquiera tenía la osadía de decirme el resultado a la cara, se lo decía al profesor y éste me lo decía a mi, la sensación de mala fortuna y de ninguneo eran tangibles. Me sentía como un subnormal, como: paga, paga chaval, que en este bolsillo cabe todo. Joder, menos mal que no le había dicho a mis Padres que iba a examinarme aquel día, los pobres se habían pensado que sacar el carné para mi iba a ser una chorrada supina, y resultaba que ni siquiera dependía de mí el sacarlo o no, en mi concepción del mundo no cabía una paradoja tal, hasta entonces no me había sentido así de robado nunca dado que ni siquiera tenía hipoteca, y me creía a la deriva en un enorme barco que comenzaba a anegar mis fosas nasales y mis pulmones de pestilentes hedores. Mi novia y mis amigos me consolaron con palabras de aliento, pero no me servían al verme a merced de autómatas de la DGT que celebraban sacrificios con nosotros los examinados para expiar realidades como la de no poder empalmarse o la de ser grises y acartonados. Nada me consolaba, nada, quizá tan solo mitigara mi desazón el hecho de poder quitarme esa losa de encima, y maldecía como ateo que era por aquel entonces cagándome en todos los santos y en sus adláteres más queridos el día que me matricule en la autoescuela.
De repente la Semana Santa se presentó ante mi sin llamar, que con lo del carné y con muchas otras pendencias en las que andaba envuelto ni me la esperaba, y por casualidades de la vida, el cinco de abril del dos mil siete, Jueves Santo, me largué con uno de mis amigos a escalar a Valverdín-Pedrosa, de modo que hubimos de atravesar León. A la vuelta nos equivocamos y nos metimos por el centro de la ciudad viéndonos envueltos en uno de los atascos causados por las procesiones que en tal semana se dan, de modo que de nuevo este amigo, Toño, me sacó el tema de la procesión de nuestro Padre el Santo Genarín. Hablamos largo rato comentando lo fabulosos del tema, incluso barajamos la posibilidad de quedarnos allí para asistir a ella, aunque cuando el atasco se deshizo, estando como estábamos desfarrapados de la escalada, yo al menos, y nuestra ropa llena de barro debido a la aproximación, tomamos la decisión de volver a Bembibre entre los pliegues de una muy amena conversación que mantuvo al Santo como epicentro.
Tras esta extensa puesta en situación al milagro de nuestro Padre Genarín, necesaria según mi parecer para la demostración y peso del portento, llega ya la parte más ansiada, la de la demostración fehaciente y vivida en propias carnes de que si San Genaro no es santo, Santo alguno existe en el orbe de los Cielos, pues al quinto Milagro podríamos añadirle un sexto y no de menos peso, que es el de hacerme creer a mi en ningún Dios, Profeta o Santo.
Llegó así de repente el lunes nueve, día del cuarto examen y del quinto (y sexto) milagro. La prueba era a las ocho y media de la mañana, y el día ya empezaba mal por el mero hecho de tener que levantarme una hora antes. Mientras me hacía el café decidí echar un vistazo a la tele para distraerme, y la primera imagen que vi fue la de un tal Acebes, personaje que me repugnaba en extremo, haciéndome temer por el mal fario con el que daba comienzo la jornada. Cuando llegué donde había quedado con el profesor para bajar de Bembibre a Ponferrada, resultó que se me había olvidado el D.N.I. Bulla con el profesor y corriendo a casa por él. Todo daba mala espina, no era precisamente aquella la manera como yo, ferviente creyente en los azares, deseaba comenzar una jornada para mí fatídica.
Me examinaba con una chica, y ella quería comenzar primero, de modo que no me opuse, y fue entonces donde comenzó a obrar el milagro, quinto demostrado, del santo pellejero, capaz de mudar destinos con la sola evocación de su Nombre. Yo me situé en los asientos de atrás con el examinador, el cual era gris, viejo y con pinta de ser un autómata más. El profesor, como de costumbre, le daba palique al examinador para distraerlo, y a una pregunta del primero a cerca de las procesiones de la Semana Santa leonesa, el autómata contestó que a él todas esas zarandajas no solo no le interesaban sino que hasta le disgustaban. El hombre en realidad no era un autómata, ya que hablaba sin parar, nada que ver con los: cuando pueda a la derecha, cuando pueda a la izquierda, cuando pueda cambio de sentido; no, el tío se explayaba, de modo que sin saber por qué le saqué a cuento el tema del cual unos días antes había estado hablando con Toño sobre la procesión apócrifa de Genarín, a lo cual el viejo reacción de manera muy positiva contándonos la leyenda del Santo pellejero y partiendo de paso una lanza en favor de los menos favorecidos y en contra de la hipocresía monacal. De repente fue a mí a quien le tocó ponerse a prueba. Me senté al volante y rápidamente me vino a la cabeza que si suspendía se me caía la cara de vergüenza delante de mis padres, me tocaba volver a renovar y me obligaban a hacer el jartón de prácticas obligatorias de nuevo, esto último del todo contraproducente para la ya de por sí paupérrima salud de mis phinanzas. Desde el principio me mostré nervioso, y quería reprimir mi excitación metiendo tercera y acelerando sin sentido. Un stop, por los pelos. Ceda el paso, ese lo conozco. Todo va bien. Esta calle… eh, creo que hay una rotonda al final. Demasiado trafico, no puedo incorporarme a la derecha, a ver si la voy a liar. Ahí está la rotonda… de repente una voz detrás de mí: en la rotonda tome la primera salida. Pero joder, ¿cómo voy a hacer eso? ¿Tendré que hacer la rotonda entera? No hace falta, dejo pasar a éste y giro dentro de la rotonda. Suspenso. En mi mente lo estaba ya, el examinador aún no se lo había dicho al profesor, ni la chica ni yo sabíamos nuestro resultado, pero ella lo había hecho bastante bien, y yo, después de la pifia de la nuevamente infausta rotonda y dados los precedentes no albergaba conmigo ninguna esperanza. Examinador y Profesor comenzaron a alejarse del vehículo cuando de la boca del autómata salió la frase: quizá sea éste otro milagro que achacarle a Genarín.
Efectivamente, yo no sabía ni el cómo ni el por qué, pero estaba aprobado por obra y gracia del San Genaro, el santo pellejero que no pierde de vista nunca a los suyos, ni siquiera cuando éstos aún no son conscientes de su existencia, he ahí lo magnánimo de nuestro Padre. El milagro se había realizado delante de mi cara, y yo estupefacto al principio y ateo hasta las trancas me resistía a creer que el Santo Padre Genarín tuviera algo que ver en el asunto formulando cientos de conjeturas lógicas para darme alguna explicación. En el coche, de vuelta a Bembibre, pesando no sé cuantas arrobas menos por la losa que hasta entonces me había aplastado, y feliz, no pude dejar de dar vueltas a lo extraordinario de lo acontecido, creyendo del todo estúpido por mi parte negarle al caso lo fenomenal y milagroso que en él se encontraba, ya no escondido, sino a la luz nítida y visible por cualquiera que no fuera ciego. Ese mismo día comencé a leer El entierro de Genarín, y a medida que los primeros hechos de tan insigne leones llegaban a mi conciencia, comencé a ver la luz.





cuadro de David Simón




Romance Sobre las Verdades del
Quinto Milagro de Genarín
Y la Adición del Evangelista Mutante


Siempre y cuando,
Respetando mi cúmulo
De rachas malas,
Tuvo a bien San Genarín
El mostrarse a mí,
Desenredando con su supremo nombre
Lo que parecía fuere
En incremento acumulativo
De mis ya de por sí pulgas malas,
Pues no en vano
Aquel fatídico día
Se jugaban no solo mis salarios,
Sino mi orgullo,
El resto de mis arrojos
Y la salud de los que un día me dieran vida.

El santo pellejero
Me hizo a mi gracia
Sin yo tan siquiera conocerlo,
Y como de bien nacido
Es el ser agradecido,
Querer quiero
Que todo quisqui sepa
Que no fue otro que San Genaro,
Locuaz nombre
Mi salvador,
En aquella ponferradina
Glorieta malvada.

Por ello
No veo impedimento alguno
En otorgarle a San Genaro
Lo que es de San Genaro,
Viéndome como me veo
Con el documento
De conducir fatídico en la mano,
Y dado que Él ayudarme hizo,
Hacer yo lo propio
Desde mis cuerdas vocales,
Mi bolígrafo Big o mi teclado,
Narrando a mandíbula batiente
Cual es el único
Y verdadero Santo
En el que al menos yo creo
Como algo sagrado.

Yo consagraré mis días
Como otros de tus evangelistas
Hicieron antes,
A extender tú nombre
San Genarín,
Santo desprovisto de toda oficialidad Cristiana
Como antes ocurriera con otros muchos
De los más santos varones.
Y tu nombre, Genaro,
Se conocerá y se elevará por los cielos
Tildado como el putero,
El bueno, el orujístico,
El hombre en vida,
El desprendido
De bienes y codicias materiales,
El vividor insaciable,
El amante de la nalga como forma de vida,
El asceta,
Es decir:
La quinta esencia de Cristo.





cuadro de David Simón


Por Sexto ‘Sevilla d’Teodora, a 11 de Abril del 2007





2 comentarios:

  1. tu milagro ocupa el lugar sexto en la cadena de milagros del pellejero, el quinto fue en las elecciones generales cuando zp se alzo con la victoria, para ello el santo la preparó muy gorda, tan gorda que todavia se sigue hablando de ello, recordemos que el 10 de marzo zp no tenia ninguna posibilidad de ganar y en 3 dias se hizo con la ventaja

    paramensis

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  2. Puede que no te falte razón en esto, pero aún siendo el quinto, no está o no ha sido reconocido como tal, es por eso que le llamo el quinto demostrado. En cuanto a las elecciones, a pesar de que los españoles somos bastante tontos, supongo que la sarta de mentiras del PP en aquellos días, influyó bastante más que el propio Pellejero, que por otro lado, si hubiera visto a Ansar, Acerves y Cerdoplana por la tele, les hubiera vomitado una espontánea pota aderezada con todo el amoniaco que una buena cirrosis podría contener.

    Viva el Santo Pellejero, que desde los cielos etanol nos mira y guía.

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