Bierzo Satrapático

Bienvenidos al centro de divulgación del Ilustre y Único Colegio Independiente de 'Patafíscia Berciano

Revista literaria dedicada a la difusión de la literatura de carácter surrealista creada en el Bierzo y León, donde podrá encontrar textos y poesías, además de enlaces a páginas y blogs relacionados con ella... bueno, y más de una protesta.


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Preludio


Un día más se encontraba al borde del agujero más profundo, y la cuenta a tras continuaba en espera de una prejubilación merecida que dejara de lado la humillación perpetua a la que el bicéfalo patrón de la mayoría de las minas de la comarca los sometía a él y a los demás continuamente. Estar metido durante ocho horas en aquellas galerías minerales a dos mil metros de profundidad ya era de por sí duro y agobiante, pero todo se multiplicaba de manera cuantiosa debido a los lacayos contratados por el susodicho cacique, esos capataces, en la mayoría de los casos extensión mezquina de los pensamientos y órdenes de su amo. Atrás quedaron a su vez las épocas en que los mineros habían sido una raza de hombres unidos y fuertes, duros y orgullosos, cuyo esfuerzo hizo venirse arriba todo el Bierzo, toda la provincia y hasta a la artificial comunidad autónoma de León y Castilla; atrás habían quedado a su vez aquellos tiempos en los que la voz de los mineros asturianos y leoneses fuera una y poderosa. Esos eran los pensamientos que últimamente atormentaban a Louréiro, que se había levantado aquel día con unas sensaciones muy extrañas, de hecho llevaba de aquel talante desde hacía no pocos meses, pues las humillaciones a las que había visto sometidos a sus compañeros y a él mismo de forma continua por parte de algunos ejemplares de los más mezquinos e infames de cuantos empresarios se encontraban por aquellas tierras le comenzaba a pasar factura psicológica, nunca había soportado las injusticias y el ninguneo, al contrario que a sus compañeros, a él le resultaba muy duro tragarse su opinión, decir amén a las tomaduras de pelo por las que pretendían hacerlos pasar, dar la espalda y continuar trabajando como si nada; le era imposible callar, y más ante aquellos capataces patanes con aires de doverman con incontinencia verbal y desprovistos de toda educación. El montacargas hizo su llegada y el grupo de mineros se introdujo dentro empujado por un resorte que se activó de forma automática en sus cerebros. El descenso por el negro agujero de dos mil metros comenzó de la forma acostumbrada, lentamente entre los chirridos de las cadenas y el ruido metálico de la arcaica estructura del elevador. El descenso era lento entre la penumbra disimulada por las lámparas repartidas durante todo el recorrido. El descenso, pensativo, menesteroso de antiguas ilusiones y envuelto en miedos a futuros inesperados. El descenso, otra vez más, agobiante. Se sentía más intensa la humedad, el calor aumentaba, el polvo de antracita llenaba los poros, la negritud todo lo sitiaba. Le parecía ridículo a Louréiro tenerle miedo a su futuro con tan solo cuarenta años, miedo a la libertad, miedo a un porvenir exultante repleto de caminos por explorar. Escondido entre sus cávalas recorrió el ascensor los mil quinientos metros. El descenso a pie de los siguientes quinientos metros lo mantuvo a la deriva entre una nueva andanada de pensamientos. Inciertos… Le acompañaban el Chencho, Jose la Putilla, Tini y Andrés. Delante de ellos caminaba otro grupo, y otro detrás. En la estrechez y la obscuridad del túnel las cosas comenzaban a dar un poco igual, paradójicamente parecía que aquellos sombríos pensamientos eran un canto desesperado a la vida. Louréiro echó un vistazo por encima de su hombro para observar a la Putilla con el rabillo del ojo, le resultaba imposible en extremo aguantar a aquel tipo, del cual todo lo decía su sobrenombre, no en vano era bastante mentiroso, de la clase de persona que todo lo emponzoñaba con sus ires y venires, amén de ser la alcahueta del administrador de aquella mina. Los roces con este personaje eran inevitables y constantes, sobre todo teniendo en cuenta el hecho de que el tío continuamente votaba en contra de la mayoría y curiosamente favorable siempre al bicéfalo patrón que volaba por los cielos entre sus aspas o se refugiaba en mansiones confundidas por castillos. Louréiro estaba hastiado y defraudado, quería a toda costa librarse de esa vida, pero le mortificaba esa otra desconocida vida del día después.
Aún quedaban cuatro horas para salir, aquellas tareas repetitivas desde hacía veinte años durante ocho horas, o nueve, o diez, podían volver loco a cualquiera, y a él le daba la sensación de que todo aquello tras tanto tiempo, ya le había hecho mella. Un rato después faltaban aún tres horas y media. Tres y cuarto. Tres. La hora no llegaba. Hasta sábados trabajados. Joder, menuda rabia. Para que ahora se rieran de uno, para que se rieran de todos, para que un par de sabandijas de mierda sin escrúpulos nos traten como a perros pastores. Dios, hace calor aquí, se dijo Louréiro aún más agobiado, si cave. Se bajó la cremallera del mono y se quedó en camiseta, rodeado de negro carbón. Aún quedan dos horas y media, mierda, juraría que había pasado más tiempo. Este maldito calor y este postear infinitamente, y la Putilla rajando sin parar con sus aires de sabelotodo y su voz de cianuro taladrándome el entendimiento. Dos horas para largarme y ese protervo cabrón que no calla ni un segundo, ni un instante de reposo, tendríamos que callarlo con un cartucho de dinamita en la boca, jamás había visto algo tan hipócrita, una aberración tal como un currela defendiendo a unos empresarios que se gastan los dineros de las subvenciones que les dan por nosotros en sus mansiones o en sus negocios en otros lugares a miles de kilómetros de aquí. Dios ¡Cállateeeeeeeeeee pedazo de cabrón! Una fuerza incontrolable se apoderó de Louréiro haciéndole levantar su llave inglesa de kilo y medio por encima de su cabeza contra la Putilla, siendo detenido al punto por sus compañeros. Lo siguiente fueron voces lejanas, el reflejo de los anillos de saturno en unas gafas de espejo, lejos, lejos; galerías que exploraban las entrañas de la tierra convertidas en espectáculo y en miedo para turistas y aficionados, todo trascurriendo a cámara lenta en un continuo levitar que le hacía ascender hacia la superficie de manera abrupta mientras en su vuelo tocaba con la punta de los dedos el significado que habría de tomar su existencia a partir de aquel instante.

Por Sexto 'S d’T, el 16 de Junio del 2007




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