Muy Lejos de las Arenas
Ante los títulos de crédito de aquella película que me había catapultado durante dos horas a los fértiles y espléndidos parajes del norte de España, lugar soñado miles de veces por nosotros, me había quedado petrificada con la historia que de semejante forma nos había sido narrada, a la par que enamorada de aquel caballero andante del siglo XIV que tan valientemente se había batido por un amor imposible y por su honor en medio de unos días de lucha continua entre culturas y entre personas. Dibujadas a base de luces mágicas en el lienzo que habíamos colgado para dar comienzo a la breve rotura de las cadenas que nos imponía una rutina de arenas amarillas y sol incesante, aquellas imágenes de los montes cubiertos de algo tan lejano para mí como era la nieve, me habían transportado en un viaje inesperado en el tiempo y el espacio que me mantenía pegada contra la banqueta plegable que hacía las veces de butaca. Las altas montañas, los verdes prados, los ríos, el lago, los castillos, la gente; se trataban de lugares y personajes venidos hasta nosotros a través de un chorro de luz expulsado por una máquina insólita. Continuamos estupefactos allí sentados escuchando una música suntuosa y extraña mientras cientos de nombres que aparecían por la parte de abajo del lienzo ascendían parsimoniosos ante nuestros ojos como insinuándose para que nos atreviéramos a pronunciarlos. Se suponía que todo aquel torrente de alquimia había sido creado por las personas que se encontraban tras aquellos nombres y profesiones extrañas, ¿cómo podía ser eso posible? No estaba segura de que realmente aquello fuera obra del ser humano, pero si lo era quería enterarme de cómo sucedía, e incluso algún día participar en aquella creación que me había envuelto el corazón y la cabeza en un torbellino de imágenes, ideas, sensaciones y emociones de imposible explicación, sobre todo porque jamás había pensado que algo así pudiera existir. Finalmente, las letras desaparecieron dejando tras de sí un rumor de niños risueños; a mí sin embargo me dejaron muda. Aquella especie de cuento de caballeros medievales en una España en perpetuo conflicto nos había hecho pensar también en nuestro presente. Las luchas entre los poderosos por hacerse con las riquezas de otros o con sus tierras o su poder, todo aquello que había ocurrido estampado en el gran lienzo, todo, continuaba siendo igual.
Fuera, el sol seguía abrasando la arena, pero aquel día no nos importó, pues la sesión era doble y las imágenes mágicas nos seguirían protegiendo durante algunos días bajo aquella carpa improvisada en medio del Sahara.
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